Quienes seguimos la trayectoria de Agustina Guerrero desde hace tiempo (en realidad apenas cinco años, pero su constante producción hace que parezcan muchos más), conocemos acerca de sus inquietudes. Una vez afianzado un estilo propio, que además ha cosechado un gran éxito, a Agustina le picaba una necesidad: narrar. Porque avanzando en su evolución como dibujante, narrar significaba dar un paso adelante, atreverse a proponer un lenguaje diferente y alcanzar una madurez que ya se adivinaba en su trabajos anteriores. Érase una vez la Volátil es la mejor muestra de su ambición como creadora, el resultado de esa voluntad de no querer quedarse en un mismo lugar.
A poco que te preocupes por contrastar la obra y la vida de Agustina, la siempre difícil correlación entre la ficción y la realidad se suaviza y se define por un sentido de la comedia y del desenfado que han dominado desde el principio sus dibujos, dotándoles de una cercanía irresistible. En el mundo del cómic (y en todas las artes, pero en el cómic parece ser un campo en el que los dibujantes se sienten muy cómodos), la autoficción es una vía de expresión que ha dado muy buenos resultados. Michel Rabagliati en su serie sobre Paul, Craig Thompson en Blankets y Cuaderno de viaje o, sin duda, Alison Brechdel en los imprescindibles Fun Home y ¿Eres mi madre?, son autores que han dedicado parte de su obra a ese análisis interior. No es fácil, necesitas tener una personalidad rica y un control del lenguaje extraordinario. Si Agustina Guerrero ya mostraba pinceladas de ese acercamiento a la realidad —a su realidad— por medio de la estilización de su dibujo, con Érase una vez la Volátil nos ofrece secuenciación y narración; linealidad y, por qué no, una complejidad que no hace sino elevar la categoría de la obra.
Todas ello demuestra que Agustina posee un lenguaje propio perfectamente consolidado, al servicio de una historia conmovedora, la de los orígenes ficcionados de la Volátil, o sea, de la propia Agustina; el relato de un tiempo inestable en el que se estaba buscando a sí misma y en el que ya estaba cultivando un mundo creativo que se plasmaría un tiempo después. No hay viñetas como solemos entenderlas (los márgenes son invisibles, no interesan, no hay barreras), un rasgo definitorio de su estilo; el dibujo es abierto y, sobre todo, versátil: desde la canónica correlación de imágenes que describen una acción a la expresividad amplia de momentos individualizados y especialmente significativos, cuya representación gráfica necesita de una página entera para subrayar su trascendencia. Esa voluntad de señalar momentos importantes se alía con un uso inteligente y delicado del color.
Érase una vez la Volátil abre el camino a otra cosa, a algo distinto. No es Diario de una Volátil o La Volátil. Mamma mia!. Si bien ambos títulos ya se movían en el espacio de la autoficción, pues eran la supuesta representación de su diario personal, su nueva obra significa para Agustina Guerrero una apuesta arriesgada, pero también necesaria y muy prometedora. Un verdadero salto al vacío que, sin embargo, le va a servir para tomar impulso y para seguir volando mucho más lejos.
Leave a Reply