No sé por qué, pero siempre que pienso en el verano, me viene a la cabeza un cuadro de Van Gogh…
… o varios, porque tiene muchos que podrían inspirarme esas variadas emociones veraniegas. Debe ser por los colores. Además, la difícil vida de Van Gogh, con sus dramas y dificultades, me llena de sensaciones de fin de verano, de que la fiesta se acaba y lo que sigue no puede ser mejor. Los colores de Van Gogh son vivos, luminosos, salvajes y espléndidos, pero unidos, no sé por qué, me dejan un regusto de (no sé cómo explicarlo sin equivocarme…) triste alegría. Sí, sé que es contradictorio, pero es lo que tienen los genios: te evocan lo imposible.
Van Gogh sentía una clarísima pasión por el color amarillo y buscaba la intensidad y la belleza haciendo sus propias mezclas de pigmentos. Además, buscaba el contraste con colores opuestos, provocando una especie de explosión de placer visual en quien contempla los cuadros. Nadie puede evitar sentirse sacudido ante tanta luz y tanta pasión puesta sobre la tela.
He ido cuatro veces en mi vida a Amsterdam. En ninguna de esas ocasiones he entrado en un Coffee shop (o por lo menos no lo confieso) ni me he dejado llevar por el libertinaje que buscan muchos turistas. No. Las cuatro veces, todas, he ido al Museo Van Gogh. Es un bonito paseo el que va desde la estación de trenes al museo. Aprovechas para ver la ciudad, porque no es un paseo corto, pero la belleza de sus calles, sus canales y la vida distendida de su gente hacen que la caminata sea una experiencia que recomiendo (callejero en mano, nunca lo olviden porque las calles de Amsterdam pueden llegar a parecerse peligrosamente entre sí). Y como digo, siempre acabo frente a los cuadros de Van Gogh que atesora su famoso museo. Sí, está el Rijksmuseum justo al lado, con todo ese arte holandés del siglo de oro, Rembrandt, etc., que además acaban de reformar después de muchos años en obras. Muy espectacular y todo eso, y de verdad que también lo disfruto. Pero Van Gogh es Van Gogh y a él solo lo podemos encontrar al otro lado de la Plaza de los Museos (la Museumplein).
Amsterdam está llena de edificios preciosos y su arquitectura es una de las claves de su belleza, pero por desgracia, el Van Gogh Museum es el edificio más feo de toda la ciudad (feo de verdad: más que un museo, parece un hospital). Eso sí, cuando atraviesas sus puertas y te encuentras de frente con el primero de sus cuadros, te olvidas de todo, incluso de la madre del arquitecto del edificio, en quien pensabas mientras guardabas cola.
Para este largo final del verano, no se me ocurre mejor despedida que un paseíto Amsterdam abajo y volver a deambular, con la piel de gallina, por las salas y pasillos del Museo Van Gogh.
*Imágenes: forum.cyclingnews.com, commons.wikimedia.org y cuadros de Vincent van Gogh.
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